Cómo funciona la distribución de la riqueza futbolística
Por Juan José Panno
El cuadro sobre los 10 equipos que intervienen en la Copa América, que acompaña esta nota, deja datos contundentes para entender cómo funciona la distribución de la riqueza futbolística. Los mejores jugadores de las principales potencias futboleras de nuestra región crecen y se desarrollan en Europa (y casi nacen en Europa en casos como el de Messi) y no pueden ser admirados semana a semana en las canchas de sus países. Los dueños de la pelota (y de la plata) se los llevan como mercancía cada vez más accesible a sus posibilidades.
Los futbolistas de divisiones inferiores de los clubes no tienen la posibilidad de convivir con referentes que les sirven como modelo, como ocurría en otros tiempos. En el plantel del equipo argentino que jugó el Mundial de 1978 había sólo un futbolista que militaba en el extranjero, Mario Kempes, y en esta selección que disputa actualmente la Copa América 25 de los 28 jugadores actúan en clubes europeos. Una distancia abismal que también incluye a Brasil y Uruguay, y en menor medida a Colombia y Chile.

En la Selección Argentina, como muestra el segundo cuadro, es notable la diferencia de los partidos jugados en otros países y en la Argentina de los 28 futbolistas que integran la lista de buena fe. Juegan mucho más allá que acá, casi 6 veces más si se suman todos los encuentros, que son de torneos y copas locales en ambos casos.
Los torneos locales se empobrecen cada vez más, mientras encandilan las luminarias europeas y la brecha se agranda. La consecuencia es esa sensación que nos invade a todos de que estamos muy lejos, que nuestros clubes tienen cada vez menos chances de competir con los de ellos y, por arrastre, lo mismo pasa con las selecciones.

“Los valores humanistas particulares asociados a ese deporte, inspirados en el olimpismo reciclado como fair play, ya devaluados por la lógica nacionalista que se le impuso durante mucho tiempo, ahora se subordinan a las leyes de la economía de mercado. Dicho en otros términos, el espectáculo futbolero es cada vez menos un ritual político o una performance comunitaria y se convierte, por el contrario, en un producto de la industria cultural a cuyo ávido consumo somos incitados sin tregua por las sirenas de los medios de comunicación”, define con precisión el sociólogo boliviano-costarricense Sergio Villena Fengio, en un trabajo sobre la globalización en el fútbol y lo que él llama “gol-balización”.